UNA MIRADA FENOMENOLÓGICA: EL ADOBE COMO CUERPO SOCIAL.
Por Fabiana Pereira
“… “Ir a las cosas mismas” preguntándose por la génesis del sentido.” (Schilardi, Objeto de ciencia y objeto fenoménico, pag 163)
En el marco de una fenomenología de la génesis comprender la historia es atender a los sucesos, la polvareda de hechos y sus relaciones con los pensamientos, la concepción del mundo, y asimismo, atender a las propiedades de los objetos producidos por una sociedad. Estamos ante la posibilidad de tomar al “adobe” como objeto fenoménico producido por una cultura desde una perspectiva sin antecedentes, atendiendo a su significación desde discursos históricos-visuales. Es decir intentar una interpretación y comprensión de los hechos desde un análisis ideal. Partiendo como fuentes de información directa la investigación de Jorge Ricardo Ponte, “Mendoza aquella ciudad de barro; Ilustrado: historia de una ciudad andina desde el siglo XVI hasta nuestros días” y las fotografías de Cristhiano Junior que se encuentran en el Archivo Histórico de Mendoza como documento visual de la ciudad en 1876. La actitud de llegar a la esencia misma de un objeto es entendida como reducción e implica el análisis y reflexión acerca del significado del objeto de estudio “adobe” en la sociedad mendocina, considerado por los eruditos como un bien patrimonial en extinción; se pone entre paréntesis la historia institucionalizada atendiendo a las tomas fotográficas del posterremoto ocurrido en el año 1861.
El adobe no es puramente una técnica o tecnología constructiva, es más que eso, tiene un significado cultural como material enmarcado en la tradición andina y en particular en nuestro patrimonio histórico-cultural de Mendoza. Silvia Cirvirni y José Gómez Voltan en “Los Valores y significados del patrimonio vernáculo en tierra; su relación con la conservación y la construcción de nuevas obras en la región de Cuyo – Argentina” plantean la “arquitectura en tierra” como un bien cultural patrimonial. El estudio histórico y tecnológico se centra en lo que identifican como elementos residuales “originados en el pasado y resignificados en el presente” dado en la actual importancia y resurgimiento de la construcción con material de tierra cruda; esta categoría de saberes y prácticas pone de manifiesto por un lado el proceso social de valoración y significación y, por otro, lo antagónico, la desvalorización y el desprestigio de los bienes culturales creados. En este sentido un bien material como el adobe es un signo que tiene una presencia material, el significante y una inmaterial o intangible: el significado. Como tal a través del tiempo esta presencia va cambiando, su significado cultural se transforma en la memoria colectiva de un pueblo o sociedad en positivos o negativos.
La fenomenología plantea una mirada transversal interpretando procesos culturales ocultos en la contingencia tomando un atajo en aquello que se ha dejado de lado o solo se considera meramente ilustrativo como las fotografías del terremoto que fundan la idea de pobreza y el dis-valor del adobe. Esta mirada particular que investiga por caminos oblicuos es lo que Merleau-Ponty denomina deslizamientos de sentidos; la fotografía adquiere significación como documento visual que a lo largo de 130 años ha trascendido en la memoria colectiva de Mendoza.
Siendo las dimensiones de la historia las palabras, los gestos y sus significaciones, éstos toman sentido en la vida, la propia subjetividad, mediante las intersecciones de las experiencias sociales dado en el juego de la intersubjetividad. El análisis fenomenológico implica una lógica soterrada, propia del arte (en nuestro caso la fotografía), el lenguaje (hablante ejercido por un sujeto cultural) y la historia (relato de las instituciones de sentido, trama de la propia experiencia) que aquí se conjugan. Lo oculto se hace presente a través de una mirada particular de una situación particular (adobe) que se contextualiza (Mendoza pasado y presente) haciendo un uso de la razón en la contingencia. Esta racionalidad presente en el análisis de las tres dimensiones señaladas conforma un horizonte de sentido.
Jorge R. Ponte en “Mendoza aquella ciudad de barro” nos acerca una historia urbana de Mendoza, un estudio de los procesos históricos-culturales con los espaciales por los cuales la ciudad atravesó, incorporando a su investigación material gráfico de valor documental. Registra el espacio urbano como “un producto cultural, históricamente construido, tanto en lo concreto como en lo imaginario y que da cuenta también de un espacio simbólico”. Atentos a la denominación “aquella ciudad de barro” se advierte que ha quedado en el pasado las construcciones en adobe, más que una metáfora Ponte da cuenta de algo que fue.
El apogeo de la ciudad de barro es entre los años 1764 y 1861, exactamente hasta las 20:30 horas del 21 de marzo, momento de su destrucción por el terremoto. Posterior al terremoto fue llamada la ciudad vieja actualmente “está por debajo de aquellos de sus barrios que el orgullo de las clases sociales dominantes construyó, precisamente para despojarse de todo pasado” en pos del progreso en un claro “acto de negación a si misma”, señala Arturo Andrés Roig en el Prólogo a la primera edición del mencionado libro. Ante esta mirada las construcciones en tierra se presentan como “residuo molesto e injustificado de la estructura urbana”. (Ponte, pag 16) El devenir histórico impuso un pensamiento que lucha contra su propia historia, hecha de contrasentidos e impone sus propias reglas, ignorando sus saberes y prácticas entendidos como percepción y expresión.
Cuando se produce un quiebre o ruptura en una práctica discursiva social se genera un período o época en la historia, según Foucault; llegar a la verdad de esa historia es trabajar no solo sobre los documentos o archivos como fuente de estudio sino también ir tras las huellas de las prácticas sociales que subyacen como componentes intangibles de una cultura, comparado al trabajo de un arqueólogo que penetra en tierra para descubrir y llevar a la luz el conocimiento de sociedades pretéritas.
La fotografía tomada en 1876 por el viajero fotógrafo portugués Christiano Junior en las llamadas Ruinas de San Francisco es una de las imágenes que más ha circulado en los medios gráficos como referente de la devastación del terremoto de 1861 en Mendoza. Esta y otras fotos tiene como uso social la función de documento del Archivo Histórico de Mendoza. Las imágenes del terremoto son la realidad de ese momento y testimonio de lo ocurrido, un pasado en que lo afectivo cobra importancia para la sociedad a quien se las presenta; de tal forma, son parte de la iconósfera mendocina, las que crean significados propios e inclusive connotan conceptos que se asimilan y transfieren, instalándose en la memoria colectiva presente y de las futuras generaciones.
Desde sus inicios la imagen fotografiada resultó ser convincente y “más real que la realidad misma”. Acha en “Arte y sociedad: Latinoamérica. El producto artístico y su estructura” atiende a la sociología de la fotografía señalando que la masiva circulación de éstas en todos los estratos sociales permite que se operen ideologías a favor de las clases dominantes, quienes presentan las imágenes como paradigmas que representan la realidad objetiva. Lo cierto es que la mirada de un fotógrafo es construida a partir de su subjetividad y subyace un pensamiento propio o cultural que en circulación se convierte en natural. Asimismo, observa que la imagen fotográfica proviene de una doble fragmentación, por un lado la “eliminación de las propiedades táctiles y de lo matérico” el receptor reduce la realidad tridimensional a una ilusión y visión bidimensional. Otra aspecto es la descontextualización del “espacio y el tiempo: selecciona y aísla un pedazo de espacio y un instante fugaz de la realidad”, posteriormente lo fotografiado se lo sitúa, al ser mirado y referido, en otro lugar y momento con connotaciones diferentes, más aún si le acompaña un texto, por ejemplo el epígrafe, el cual lo “ancla”, citando a Barthes, en un espacio y tiempo donde lo denotativo de la imagen no cambia pero si sus significaciones, vale decir, creadas por la misma sociedad. “La realidad es un tejido sólido.” En este sentido, los sujetos operantes y su contexto se comprenden a través de su facticidad. “El mundo es lo que percibimos ” y lo que funda la verdad de nuestra realidad es decir el mundo en que vivimos.
García Canclini sostiene que “lo que cada época y cada sociedad definen como patrimonio, como cultura propia no es (…) sino la metáfora de una alianza social” donde se pone en tensión los diferentes conflictos sociales tanto materiales como simbólicos, en nuestro caso el adobe fue un elemento de rechazo por parte de las mentes progresistas y asociado a las clases sociales bajas. Poco se ha avanzado en esta concepción ya que los grupos dominantes quienes identifican y construyen el patrimonio en nombre de toda una sociedad han calado muy hondo en la memoria mendocina, el desarrollo de la sociedad y su cultura no estaba en “aquella ciudad de barro”, eso llamado pasado colonial debía quedar “bajo tierra”, la inercia de este pensamiento se aceleró a lo largo del siglo XX y continúa en tendencia destruyendo con ignorancia estos testimonios materiales de un saber hacer ancestral. El objeto de estudio “adobe” encarna un proceso de sedimentación que se mantienen en el tiempo, integra, recupera y conserva el saber y la historia en dos fases opuestas en su devenir histórico mendocino, el primero se advierte desde su concepción hasta el periodo colonial exactamente hasta el terremoto, suceso que quiebra una praxis instituida como tradición y deviene en la segunda fase donde prima la palabra y la imagen y que termina instituyéndose hasta el presente.
En la actualidad ha sedimentado en el adobe el desprestigio o dis-valor en el plano simbólico, también se le suma la falta de recursos humanos técnicos para el manejo de estas tecnologías específicas de la construcción con tierra para su conservación, restauración y/o construcción que se fueron perdiendo en el tiempo. En los ámbitos académicos y científicos son pocos los profesionales que atienden a estos saberes tradicionales que es campo de la cultura popular y en el cual tuvo una fuerte incidencia la desvalorización del efecto modernizador; los conocimientos de esta tradición constructiva devinieron en absoluta marginación. La tradición implica la tarea de pensar, relacionar y justificar “lo hecho” (el pasado) y “lo que se hace” (el presente), de tal forma resignificar sin perder la esencia. El desafío actual es mantener vivo el momento de fecundidad de una época y preservar las prácticas sociales, no de forma retórica, sino repensando y adecuando esa esencia sin perderla. Darle al pasado “…una nueva vida, que es la forma noble de la memoria.” según Husserl, citado por Merleau Ponty, la tradición es una labor continuada, viva, no estancada en el tiempo.
Las cosas también dicen algo y son cuerpo de producciones y hechos de la sociedad, por ello son “núcleo de significación primaria” donde se encuentran la esencia de los actos y por ende de nuestras experiencias y sus significaciones. A partir del análisis fenomenológico la estructura no está en lo material del objeto sino en lo que “aparece” a la conciencia, lo que percibimos de ello como signos visibles y su combinación en sistemas de significación. El adobe es un referente material histórico un soporte tangible que se corresponde con su valor y significado en lo intangible. Éste “habla” de lo que Mendoza fue y ha quedado de ello en la memoria histórica y colectiva; nos transmite un mensaje cultural: nos dice que hoy no tiene valor y está ausente en la identidad de su propia cultura. Desde el marco teórico de la fenomenología del habla “la palabra como gesto expresivo es indisociable de la praxis como lugar y sentido de la historia”; en la frase “Mendoza aquella ciudad de barro” la palabra tiene un poder de trascendencia que en el “devenir del sentido” se adquiere instituyéndose en la vida presente de los sujetos sociales. La palabra enuncia el pensar de una sociedad. El adobe es cuerpo de una experiencia social, una praxis significativa que pertenece a su propia cultura.
La experiencia corporal es lenguaje, el adobe como cuerpo social habla de las praxis culturales al que fue sometido; si el cuerpo es órgano de conocimiento en su gesto encontramos el ademán cultural que ejecuta un sentido, el cual devino en discriminación, extinción y dis-valor.
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